lunes, 19 de abril de 2010

La policromía y el gol

Durante su intensa carrera, Jorge Campos Navarrete (Acapulco, 1966) caracterizó como nadie el inmenso artificio cromático que es el futbol. El vivísimo césped, los solemnes uniformes arbitrales y hasta las abigarradas tribunas palidecían ante los uniformes con los que Campos acostumbraba defender su portería.
Pero Campos era mucho más que su polícromo aspecto. El diminuto guerrerense coloreaba con su irreverencia vitalista y su ancha, contagiosa sonrisa, los juegos en los que participaba. Técnicamente inferior a algunos de sus ilustres contemporáneos como Adolfo Ríos u Oswaldo Sánchez, Campos exhibía magníficos reflejos, gran intuición y una asombrosa capacidad para derrotar a excelsos delanteros en sus enfrentamientos mano a mano. Además, su velocidad permitía a sus equipos jugar con las líneas muy adelantadas, y su buen toque lo convertía en el primer organizador del juego ofensivo.
Pero si sus inmensas cualidades para resguardar la portería eran insuficientes para convertirlo en una leyenda, Campos atesoraba lo más preciado en el futbol: el gol. En 1988, año de su debut, Campos era un veloz y atrevido delantero. Mientras Adolfo Ríos combinaba grandes atajadas con goles absurdos, Campos y Luis García formaban una certera línea de ataque. Tras la salida de Ríos al Veracruz, Miguel Mejía Barón le confió la portería de los universitarios a Campos, y entonces comenzó su leyenda.
La seguridad y la alegría que irradiaba Campos fueron determinantes en el campeonato que los Pumas obtuvieron en 1991 tras derrotar en la final al América. Luego de ese título, Campos fue el responsable de generar algunos de los escasos momentos de regocijo de la afición universitaria: fastidiado de la escasa capacidad ofensiva de su equipo, el entrenador retiraba un defensa o un centrocampista para dar entrada al arquero suplente mientras Campos cambiaba sus coloridos atuendos por el uniforme del resto de sus compañeros. Más de una ocasión el cambio se tradujo en goles. Campos también jugó en Atlante, Cruz Azul (donde fue campeón jugando tan sólo unos minutos), Tigres de la UANL, Los Angeles Galaxy y Puebla.
Su gran arraigo mediático obedeció a memorables actuaciones en la Selección Mexicana, con la que disputó los Mundiales de 1994 y 1998 como titular, y el de 2002 como suplente. Su carisma y su estilo intrépido le dieron una popularidad inusitada para un arquero mexicano, e incluso la FIFA lo consideró uno de los tres mejores porteros del mundo.
César Luis Menotti, el técnico que lo llevó a la selección, lo definió como “el arquero del siglo XXI”: ojalá las nueve décadas que le restan sean tan coloridas y alegres como lo fue Jorge Campos.
ht

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