martes, 24 de agosto de 2010

Raúl

Cuando los dueños del volcánico laberinto que es el Atlético de Madrid decidieron prescindir de la formación de futbolistas propios, a principios de la década de 1990, Raúl González Blanco (Madrid, 1977) se buscó su destino en la casa del enemigo. Armado con una técnica aceptable, una velocidad de piernas promedio y un cuerpo delgado, tirando a enclenque, González pronto demostró que nada ni nadie podía resistirse al embate de su poderosa voluntad.
Tras derribar marcas de goleo en las categorías inferiores del Real Madrid, el filósofo y esteta que ocupaba el banquillo del Real Madrid, Jorge Valdano, lo hizo aparecer en la cancha de La Romareda, en Zaragoza, en 1994. Su contundencia y despiadada voracidad, exhibidas incluso en las situaciones más inhóspitas, aceleraron el destierro de Emilio Butragueño, el estandarte de la “Quinta del Buitre” que, no obstante conquistar el respeto y la admiración de millones de aficionados en todo el mundo, nunca pudo alzarse con la Copa de Europa. Con apenas 17 años, Raúl se hizo con el sitio de uno de los mitos madridistas.
A base de goles y esfuerzos casi sobrehumanos, de fatigar rivales con su trote imparable y su intuición para encontrar posiciones insospechadas para el remate, Raúl contribuyó para recuperar la gloria europea de la que tanto hablaban los viejos madridistas infectados de la nostalgia de Gento, Di Stéfano y Puskas.
Luego de seis Ligas y cuatro Supercopas de España, tres Ligas de Campeones y una Supercopa de Europa y dos Copas Intercontinentales, el esfuerzo sobrehumano que hizo en cada partido y entrenamiento comenzó a minar la fuerza y la resistencia física de Raúl. La llegada de jovencísimos y afamados goleadores lo relegó al banquillo.
En el último abril, aún convaleciente de una lesión, Raúl entró a la inhóspita cancha de La Romareda, en Zaragoza, la misma donde inició su andadura en la élite. Aunque su dolencia reapareció tras pocos minutos en la cancha, apretó los dientes, transformó el dolor en gol y puso al Madrid en condiciones de seguirle disputando el título de liga al todopoderoso Barcelona. Fue su último partido como madridista.
Raúl ha exhibido como nadie que la gloria no sólo es de los magos y de los prestidigitadores, que también es humana y, por tanto, susceptible de sucumbir al sudoroso encanto de la voluntad.

lunes, 19 de abril de 2010

La policromía y el gol

Durante su intensa carrera, Jorge Campos Navarrete (Acapulco, 1966) caracterizó como nadie el inmenso artificio cromático que es el futbol. El vivísimo césped, los solemnes uniformes arbitrales y hasta las abigarradas tribunas palidecían ante los uniformes con los que Campos acostumbraba defender su portería.
Pero Campos era mucho más que su polícromo aspecto. El diminuto guerrerense coloreaba con su irreverencia vitalista y su ancha, contagiosa sonrisa, los juegos en los que participaba. Técnicamente inferior a algunos de sus ilustres contemporáneos como Adolfo Ríos u Oswaldo Sánchez, Campos exhibía magníficos reflejos, gran intuición y una asombrosa capacidad para derrotar a excelsos delanteros en sus enfrentamientos mano a mano. Además, su velocidad permitía a sus equipos jugar con las líneas muy adelantadas, y su buen toque lo convertía en el primer organizador del juego ofensivo.
Pero si sus inmensas cualidades para resguardar la portería eran insuficientes para convertirlo en una leyenda, Campos atesoraba lo más preciado en el futbol: el gol. En 1988, año de su debut, Campos era un veloz y atrevido delantero. Mientras Adolfo Ríos combinaba grandes atajadas con goles absurdos, Campos y Luis García formaban una certera línea de ataque. Tras la salida de Ríos al Veracruz, Miguel Mejía Barón le confió la portería de los universitarios a Campos, y entonces comenzó su leyenda.
La seguridad y la alegría que irradiaba Campos fueron determinantes en el campeonato que los Pumas obtuvieron en 1991 tras derrotar en la final al América. Luego de ese título, Campos fue el responsable de generar algunos de los escasos momentos de regocijo de la afición universitaria: fastidiado de la escasa capacidad ofensiva de su equipo, el entrenador retiraba un defensa o un centrocampista para dar entrada al arquero suplente mientras Campos cambiaba sus coloridos atuendos por el uniforme del resto de sus compañeros. Más de una ocasión el cambio se tradujo en goles. Campos también jugó en Atlante, Cruz Azul (donde fue campeón jugando tan sólo unos minutos), Tigres de la UANL, Los Angeles Galaxy y Puebla.
Su gran arraigo mediático obedeció a memorables actuaciones en la Selección Mexicana, con la que disputó los Mundiales de 1994 y 1998 como titular, y el de 2002 como suplente. Su carisma y su estilo intrépido le dieron una popularidad inusitada para un arquero mexicano, e incluso la FIFA lo consideró uno de los tres mejores porteros del mundo.
César Luis Menotti, el técnico que lo llevó a la selección, lo definió como “el arquero del siglo XXI”: ojalá las nueve décadas que le restan sean tan coloridas y alegres como lo fue Jorge Campos.
ht

domingo, 11 de abril de 2010

El zahorí

Diversos estudios estadísticos han concluido que la radiestesia (del latín radio y del gr. αἴσθησις, sensibilidad), la sensibilidad especial para captar ciertas radiaciones que se utiliza en el descubrimiento de manantiales subterráneos y venas metalíferas, no es más eficiente que otro tipo de prospecciones hídricas basadas en la utilización de sofisticada tecnología. Sin embargo, los zahoríes, presuntamente dotados de esta habilidad que raya en lo paranormal, siguen siendo empleados y venerados en muchísimos sitios, donde la vida depende de que estos individuos, armados con un péndulo o una horquilla de madera, detecten la veta de agua que hará posible los cultivos del año.
Esta misteriosa habilidad ha sido negada merced a una implacable medición estadística, pero es irrefutable el hecho de que la inclinación de la horquilla de madera o del péndulo en un determinado sitio ha hallado manantiales que han posibilitado la existencia de cientos de comunidades. Los zahoríes se han ganado su reputación a partir de la milagrosa utilidad de su arte.
A pesar de la vivísima apariencia que les concede el verdor del pasto y la febril actividad de los que por él transitan, los campos de futbol suelen ser espacios yermos, calcinados por la abulia, la fatiga, la desesperanza. Entonces se requiere un rabdomante, un zahorí que recorra el inmenso rectángulo y determine el sitio exacto en el que hay que iniciar la excavación que llevará al gol. Actualmente, el rabdomante más eficaz del mundo es Xavier Hernández Creus.
Mientras los zahoríes que conserva la tradición son sujetos sosegados que requieren silencio para realizar su reposada labor, Xavi la desempeña rodeado de decenas de miles de individuos que aman, odian, apoyan, blasfeman, festejan e insultan. Y lo hace sin pausa. Donde los 21 futbolistas que comparten terreno con el menudo centrocampista catalán nacido hace 30 años sólo ven un desierto cubierto de piernas magulladas, Xavi sabe que se oculta una infinidad de corrientes cristalinas que harán germinar el talento de los que visten como él.
El estadio Santiago Bernabéu amenazaba con ser el pasado sábado un páramo infinito sólo apto para las violentas cabalgadas de Cristiano Ronaldo, hostil al juego florido de Messi y compañía. Pero Xavi esquivó hachazos, estudió palmo a palmo el inmenso césped del Bernabéu y su bota derecha encontró el primer manantial que Messi perforó para dejar empapados y ateridos a sus rivales de blanco. Luego Xavi señaló un riachuelo que condujo a Pedro Rodríguez a las mismísimas narices de Casillas, cancerbero mancillado por el fulgor futbolístico azulgrana, y el Barcelona de Guardiola derrotó por cuarta vez consecutiva a su archirrival.
Xavi ya ganó una Eurocopa con la selección de España y un montón de trofeos con el FC Barcelona. Su presencia en Sudáfrica 2010 garantiza que en el Mundial siempre habrá al menos un arroyo que, si sus compañeros saben aprovecharlo, refrescará el mundo del futbol.

lunes, 29 de marzo de 2010

La identidad antes que el Mundial


Alex Ferguson lleva casi un cuarto de siglo generando gloria en el Manchester United. Tras su llegada al club rojo de la industriosa ciudad inglesa, en 1986, Ferguson recompuso la moral de un equipo gravemente deprimido. Ferguson pasó en el United casi siete años antes de ganar su primer título de liga, pero la espera no fue del todo infructuosa: durante esta época, el entrenador escocés construyó la infraestructura deportiva sin la cual es inexplicable la posterior avalancha de títulos.
Ferguson ha encontrado una fórmula de constrastada eficiencia: a las grandes contrataciones como las del francés Éric Cantona y la del irlandés Roy Keane ha unido el minucioso trabajo en las categorías inferiores gracias al cual han surgido estrellas como David Beckham y Ryan Giggs.
Ryan Joseph Wilson Giggs nació en Cardiff en 1973. Su padre, jugador profesional de rugby, fue contratado por el club inglés Swinton Lions cuando Ryan tenía seis años, por lo que toda la familia se mudó a la zona metropolinata de Manchester. Ryan practicaba rugby hasta que optó por el futbol en su adolescencia. Tras sus geniales exhibiciones escolares, el joven futbolista fue observado por los dos grandes clubes de la ciudad de Manchester, el City y el United. Ryan finalmente llegó al club rojo después de que el mismo Ferguson tocara la puerta de su casa para convencerlo.
Los padres de Ryan se divorciaron a finales de la década de los ochenta, y Ryan cambió el apellido paterno Wilson por el materno Giggs. En esa época, Giggs representó a Inglaterra en las categorías juveniles, pero cuando fue llamado a la selección sub 21, el cariño a sus abuelos galeses y a su madre pudieron más que la camiseta de una selección campeona del mundo. Así, Giggs optó por representar a Gales.
Lo que aparentemente convertía a Giggs en un héroe del renacido nacionalismo galés en realidad no fue tan bien recibido en su tierra natal. El genial extremo izquierdo puso como condición para integrar la selección de Gales que sólo lo llamaran a los partidos oficiales. Entre 1991 y 2007, Giggs jugó 64 partidos con Gales.
Recientemente, Giggs ha coqueteado con la posibilidad de regresar al representativo galés, aun a sabiendas de que nunca podrá ganar ni un Mundial ni una Eurocopa. Pero el futbolista nacido en Cardiff no anda precisamente escaso de trofeos: en sus casi 20 años de pertenencia al Manchester United, Giggs ha ganado 11 ligas inglesas, tres Copas de Inglaterra, seis Copas de la Liga inglesa, siete copas Community Shield, dos Ligas de Campeones de Europa, una Supercopa de Europa, una Copa Intercontinental y un Mundial de Clubes. Ningún futbolista en la historia del Manchester se ha acercado siquiera a la colosal cifra de campeonatos obtenidos por Giggs.