El boxeo le infligió una puñalada de dimensiones incalculables a su credibilidad: Robert Hoyle (114-114), Dave Moretti (115-113) y Glenn Trowbridge (116-112), los jueces de la tercera entrega de la saga Pacquiao-Márquez, convirtieron una hermosa victoria del mexicano en una espantosa mancha en el expediente de Pacman.
Un excelso Juan Manuel Márquez se quedó sin el merecido cinturón, pero demostró que a sus 38 años ha absorbido más sabiduría que golpes, y que los cinco millones de dólares que se embolsó por el combate no hacen justicia ni de lejos a la enorme calidad que paseó por el cuadrilátero del MGM Grand Garden Arena de Las Vegas. El mexicano se defendió con pulcritud y acertó brillantes combinaciones que desconcertaron y sacudieron a su afamado rival. La victoria que los esperpénticos jueces le robaron la cimentó en una defensa tan inexpugnable como elegante a la que seguían contragolpes milimétricos, quirúrgicos, que dejaron a Pacquiao descolocado, atónito, irreconocible.
Ni en su peor noche se rindió el filipino. Presionó como un poseso y obsequió una muestra de que incluso en la adversidad mantiene intacta su voracidad; en ninguno de los 12 rounds dejó de buscar el combate, sólo que, a diferencia de sus últimas peleas, no estaba contra un saco de golpes como Margarito, sino ante un sabio de las cuatro esquinas que le supo encontrar los escasos puntos flacos y explotarlos como nadie antes.
Pacman conectaba jabs de derecha, pero cuando su velocísima izquierda intentaba abrirse paso, las manos de Márquez le entraban por arriba y por abajo, con poderosos uppercuts de derecha y deliciosos ganchos al hígado. Salvo en los rounds tercero, décimo y undécimo, en los que el filipino hizo valer su proverbial velocidad, el mexicano lo mantuvo a raya, le mojó la pólvora y le hizo ver que es un mortal: un genio, sí, pero de carne y hueso.
Márquez salió victorioso incluso del escenario que ha hecho morder la lona a decenas de rivales: los intercambios en corto. Cuando Pacquiao, sabedor de que los puntos no podrían favorecerle, salió a buscar un improbable nocaut, el mexicano acudió con entereza a la cita en corto y arrancó alaridos de emoción del público con brillantes combinaciones que sacudían la cabeza, el ego y el ánimo del multicampeón filipino.
Pacquiao fue tan valiente como perseverante e ineficaz, pero siempre se encontró ante una defensa a prueba de bombas y ante dos puños que localizaban inverosímiles oportunidades de lastimar su rostro. El daño que le infligió Márquez al filipino, en cualquier caso, es mucho menor que el que le hicieron los jueces al regalarle un cinturón envenenado, el campeonato de la OMB que no debió retener.