domingo, 13 de noviembre de 2011

Tres jueces en un universo paralelo

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El boxeo le infligió una puñalada de dimensiones incalculables a su credibilidad: Robert Hoyle (114-114), Dave Moretti (115-113) y Glenn Trowbridge (116-112), los jueces de la tercera entrega de la saga Pacquiao-Márquez, convirtieron una hermosa victoria del mexicano en una espantosa mancha en el expediente de Pacman.
Un excelso Juan Manuel Márquez se quedó sin el merecido cinturón, pero demostró que a sus 38 años ha absorbido más sabiduría que golpes, y que los cinco millones de dólares que se embolsó por el combate no hacen justicia ni de lejos a la enorme calidad que paseó por el cuadrilátero del MGM Grand Garden Arena de Las Vegas. El mexicano se defendió con pulcritud y acertó brillantes combinaciones que desconcertaron y sacudieron a su afamado rival. La victoria que los esperpénticos jueces le robaron la cimentó en una defensa tan inexpugnable como elegante a la que seguían contragolpes milimétricos, quirúrgicos, que dejaron a Pacquiao descolocado, atónito, irreconocible.
Ni en su peor noche se rindió el filipino. Presionó como un poseso y obsequió una muestra de que incluso en la adversidad mantiene intacta su voracidad; en ninguno de los 12 rounds dejó de buscar el combate, sólo que, a diferencia de sus últimas peleas, no estaba contra un saco de golpes como Margarito, sino ante un sabio de las cuatro esquinas que le supo encontrar los escasos puntos flacos y explotarlos como nadie antes.
Pacman conectaba jabs de derecha, pero cuando su velocísima izquierda intentaba abrirse paso, las manos de Márquez le entraban por arriba y por abajo, con poderosos uppercuts de derecha y deliciosos ganchos al hígado. Salvo en los rounds tercero, décimo y undécimo, en los que el filipino hizo valer su proverbial velocidad, el mexicano lo mantuvo a raya, le mojó la pólvora y le hizo ver que es un mortal: un genio, sí, pero de carne y hueso.
Márquez salió victorioso incluso del escenario que ha hecho morder la lona a decenas de rivales: los intercambios en corto. Cuando Pacquiao, sabedor de que los puntos no podrían favorecerle, salió a buscar un improbable nocaut, el mexicano acudió con entereza a la cita en corto y arrancó alaridos de emoción del público con brillantes combinaciones que sacudían la cabeza, el ego y el ánimo del multicampeón filipino.
Pacquiao fue tan valiente como perseverante e ineficaz, pero siempre se encontró ante una defensa a prueba de bombas y ante dos puños que localizaban inverosímiles oportunidades de lastimar su rostro. El daño que le infligió Márquez al filipino, en cualquier caso, es mucho menor que el que le hicieron los jueces al regalarle un cinturón envenenado, el campeonato de la OMB que no debió retener.

martes, 24 de agosto de 2010

Raúl

Cuando los dueños del volcánico laberinto que es el Atlético de Madrid decidieron prescindir de la formación de futbolistas propios, a principios de la década de 1990, Raúl González Blanco (Madrid, 1977) se buscó su destino en la casa del enemigo. Armado con una técnica aceptable, una velocidad de piernas promedio y un cuerpo delgado, tirando a enclenque, González pronto demostró que nada ni nadie podía resistirse al embate de su poderosa voluntad.
Tras derribar marcas de goleo en las categorías inferiores del Real Madrid, el filósofo y esteta que ocupaba el banquillo del Real Madrid, Jorge Valdano, lo hizo aparecer en la cancha de La Romareda, en Zaragoza, en 1994. Su contundencia y despiadada voracidad, exhibidas incluso en las situaciones más inhóspitas, aceleraron el destierro de Emilio Butragueño, el estandarte de la “Quinta del Buitre” que, no obstante conquistar el respeto y la admiración de millones de aficionados en todo el mundo, nunca pudo alzarse con la Copa de Europa. Con apenas 17 años, Raúl se hizo con el sitio de uno de los mitos madridistas.
A base de goles y esfuerzos casi sobrehumanos, de fatigar rivales con su trote imparable y su intuición para encontrar posiciones insospechadas para el remate, Raúl contribuyó para recuperar la gloria europea de la que tanto hablaban los viejos madridistas infectados de la nostalgia de Gento, Di Stéfano y Puskas.
Luego de seis Ligas y cuatro Supercopas de España, tres Ligas de Campeones y una Supercopa de Europa y dos Copas Intercontinentales, el esfuerzo sobrehumano que hizo en cada partido y entrenamiento comenzó a minar la fuerza y la resistencia física de Raúl. La llegada de jovencísimos y afamados goleadores lo relegó al banquillo.
En el último abril, aún convaleciente de una lesión, Raúl entró a la inhóspita cancha de La Romareda, en Zaragoza, la misma donde inició su andadura en la élite. Aunque su dolencia reapareció tras pocos minutos en la cancha, apretó los dientes, transformó el dolor en gol y puso al Madrid en condiciones de seguirle disputando el título de liga al todopoderoso Barcelona. Fue su último partido como madridista.
Raúl ha exhibido como nadie que la gloria no sólo es de los magos y de los prestidigitadores, que también es humana y, por tanto, susceptible de sucumbir al sudoroso encanto de la voluntad.

lunes, 19 de abril de 2010

La policromía y el gol

Durante su intensa carrera, Jorge Campos Navarrete (Acapulco, 1966) caracterizó como nadie el inmenso artificio cromático que es el futbol. El vivísimo césped, los solemnes uniformes arbitrales y hasta las abigarradas tribunas palidecían ante los uniformes con los que Campos acostumbraba defender su portería.
Pero Campos era mucho más que su polícromo aspecto. El diminuto guerrerense coloreaba con su irreverencia vitalista y su ancha, contagiosa sonrisa, los juegos en los que participaba. Técnicamente inferior a algunos de sus ilustres contemporáneos como Adolfo Ríos u Oswaldo Sánchez, Campos exhibía magníficos reflejos, gran intuición y una asombrosa capacidad para derrotar a excelsos delanteros en sus enfrentamientos mano a mano. Además, su velocidad permitía a sus equipos jugar con las líneas muy adelantadas, y su buen toque lo convertía en el primer organizador del juego ofensivo.
Pero si sus inmensas cualidades para resguardar la portería eran insuficientes para convertirlo en una leyenda, Campos atesoraba lo más preciado en el futbol: el gol. En 1988, año de su debut, Campos era un veloz y atrevido delantero. Mientras Adolfo Ríos combinaba grandes atajadas con goles absurdos, Campos y Luis García formaban una certera línea de ataque. Tras la salida de Ríos al Veracruz, Miguel Mejía Barón le confió la portería de los universitarios a Campos, y entonces comenzó su leyenda.
La seguridad y la alegría que irradiaba Campos fueron determinantes en el campeonato que los Pumas obtuvieron en 1991 tras derrotar en la final al América. Luego de ese título, Campos fue el responsable de generar algunos de los escasos momentos de regocijo de la afición universitaria: fastidiado de la escasa capacidad ofensiva de su equipo, el entrenador retiraba un defensa o un centrocampista para dar entrada al arquero suplente mientras Campos cambiaba sus coloridos atuendos por el uniforme del resto de sus compañeros. Más de una ocasión el cambio se tradujo en goles. Campos también jugó en Atlante, Cruz Azul (donde fue campeón jugando tan sólo unos minutos), Tigres de la UANL, Los Angeles Galaxy y Puebla.
Su gran arraigo mediático obedeció a memorables actuaciones en la Selección Mexicana, con la que disputó los Mundiales de 1994 y 1998 como titular, y el de 2002 como suplente. Su carisma y su estilo intrépido le dieron una popularidad inusitada para un arquero mexicano, e incluso la FIFA lo consideró uno de los tres mejores porteros del mundo.
César Luis Menotti, el técnico que lo llevó a la selección, lo definió como “el arquero del siglo XXI”: ojalá las nueve décadas que le restan sean tan coloridas y alegres como lo fue Jorge Campos.
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domingo, 11 de abril de 2010

El zahorí

Diversos estudios estadísticos han concluido que la radiestesia (del latín radio y del gr. αἴσθησις, sensibilidad), la sensibilidad especial para captar ciertas radiaciones que se utiliza en el descubrimiento de manantiales subterráneos y venas metalíferas, no es más eficiente que otro tipo de prospecciones hídricas basadas en la utilización de sofisticada tecnología. Sin embargo, los zahoríes, presuntamente dotados de esta habilidad que raya en lo paranormal, siguen siendo empleados y venerados en muchísimos sitios, donde la vida depende de que estos individuos, armados con un péndulo o una horquilla de madera, detecten la veta de agua que hará posible los cultivos del año.
Esta misteriosa habilidad ha sido negada merced a una implacable medición estadística, pero es irrefutable el hecho de que la inclinación de la horquilla de madera o del péndulo en un determinado sitio ha hallado manantiales que han posibilitado la existencia de cientos de comunidades. Los zahoríes se han ganado su reputación a partir de la milagrosa utilidad de su arte.
A pesar de la vivísima apariencia que les concede el verdor del pasto y la febril actividad de los que por él transitan, los campos de futbol suelen ser espacios yermos, calcinados por la abulia, la fatiga, la desesperanza. Entonces se requiere un rabdomante, un zahorí que recorra el inmenso rectángulo y determine el sitio exacto en el que hay que iniciar la excavación que llevará al gol. Actualmente, el rabdomante más eficaz del mundo es Xavier Hernández Creus.
Mientras los zahoríes que conserva la tradición son sujetos sosegados que requieren silencio para realizar su reposada labor, Xavi la desempeña rodeado de decenas de miles de individuos que aman, odian, apoyan, blasfeman, festejan e insultan. Y lo hace sin pausa. Donde los 21 futbolistas que comparten terreno con el menudo centrocampista catalán nacido hace 30 años sólo ven un desierto cubierto de piernas magulladas, Xavi sabe que se oculta una infinidad de corrientes cristalinas que harán germinar el talento de los que visten como él.
El estadio Santiago Bernabéu amenazaba con ser el pasado sábado un páramo infinito sólo apto para las violentas cabalgadas de Cristiano Ronaldo, hostil al juego florido de Messi y compañía. Pero Xavi esquivó hachazos, estudió palmo a palmo el inmenso césped del Bernabéu y su bota derecha encontró el primer manantial que Messi perforó para dejar empapados y ateridos a sus rivales de blanco. Luego Xavi señaló un riachuelo que condujo a Pedro Rodríguez a las mismísimas narices de Casillas, cancerbero mancillado por el fulgor futbolístico azulgrana, y el Barcelona de Guardiola derrotó por cuarta vez consecutiva a su archirrival.
Xavi ya ganó una Eurocopa con la selección de España y un montón de trofeos con el FC Barcelona. Su presencia en Sudáfrica 2010 garantiza que en el Mundial siempre habrá al menos un arroyo que, si sus compañeros saben aprovecharlo, refrescará el mundo del futbol.

lunes, 29 de marzo de 2010

La identidad antes que el Mundial


Alex Ferguson lleva casi un cuarto de siglo generando gloria en el Manchester United. Tras su llegada al club rojo de la industriosa ciudad inglesa, en 1986, Ferguson recompuso la moral de un equipo gravemente deprimido. Ferguson pasó en el United casi siete años antes de ganar su primer título de liga, pero la espera no fue del todo infructuosa: durante esta época, el entrenador escocés construyó la infraestructura deportiva sin la cual es inexplicable la posterior avalancha de títulos.
Ferguson ha encontrado una fórmula de constrastada eficiencia: a las grandes contrataciones como las del francés Éric Cantona y la del irlandés Roy Keane ha unido el minucioso trabajo en las categorías inferiores gracias al cual han surgido estrellas como David Beckham y Ryan Giggs.
Ryan Joseph Wilson Giggs nació en Cardiff en 1973. Su padre, jugador profesional de rugby, fue contratado por el club inglés Swinton Lions cuando Ryan tenía seis años, por lo que toda la familia se mudó a la zona metropolinata de Manchester. Ryan practicaba rugby hasta que optó por el futbol en su adolescencia. Tras sus geniales exhibiciones escolares, el joven futbolista fue observado por los dos grandes clubes de la ciudad de Manchester, el City y el United. Ryan finalmente llegó al club rojo después de que el mismo Ferguson tocara la puerta de su casa para convencerlo.
Los padres de Ryan se divorciaron a finales de la década de los ochenta, y Ryan cambió el apellido paterno Wilson por el materno Giggs. En esa época, Giggs representó a Inglaterra en las categorías juveniles, pero cuando fue llamado a la selección sub 21, el cariño a sus abuelos galeses y a su madre pudieron más que la camiseta de una selección campeona del mundo. Así, Giggs optó por representar a Gales.
Lo que aparentemente convertía a Giggs en un héroe del renacido nacionalismo galés en realidad no fue tan bien recibido en su tierra natal. El genial extremo izquierdo puso como condición para integrar la selección de Gales que sólo lo llamaran a los partidos oficiales. Entre 1991 y 2007, Giggs jugó 64 partidos con Gales.
Recientemente, Giggs ha coqueteado con la posibilidad de regresar al representativo galés, aun a sabiendas de que nunca podrá ganar ni un Mundial ni una Eurocopa. Pero el futbolista nacido en Cardiff no anda precisamente escaso de trofeos: en sus casi 20 años de pertenencia al Manchester United, Giggs ha ganado 11 ligas inglesas, tres Copas de Inglaterra, seis Copas de la Liga inglesa, siete copas Community Shield, dos Ligas de Campeones de Europa, una Supercopa de Europa, una Copa Intercontinental y un Mundial de Clubes. Ningún futbolista en la historia del Manchester se ha acercado siquiera a la colosal cifra de campeonatos obtenidos por Giggs.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

La felicidad después del adiós

Un día, el incontenible extremo derecho contempla cómo el defensa central entre cuyos atributos no figura la ligereza de pies llega a la pelota antes que él, y un centro exactamente igual a los que dieron tantos goles y campeonatos se queda inusitadamente alto para el especialista en rematar de cabeza llegando desde la media luna, y el incombustible defensa lateral que llegó hasta el corredor del área enemiga tiene que interrumpir su presuroso regreso a la zona propia afectado por una fatiga hasta entonces desconocida: poco tiempo después, víctimas del desgaste de miles de kilómetros, de centenares de patadas, de lesiones mal curadas, los futbolistas dejan las competencias profesionales.
Algunos pretenden apelar el veredicto de la edad: entonces sucumben al impulso de contemplar cómo su cuerpo desobedece cualquier tentativa de redoblar esfuerzos y, tristemente, malbaratan la poca o mucha gloria que acumularon tras años de regar el césped con sudor y sangre, generan abucheos o firman autógrafos en ligas menores, postergan el descanso que les exigen sus maltrechas articulaciones. Otros se retiran a tiempo y ejercen de entrenadores, de mercaderes o de directivos. Pero algo tienen en común: después de su retiro, unos y otros suelen encontrar espacios para regocijarse con el juego al que dedicaron su vida, ya sea en pequeñas ligas de veteranos o en amistosos a los que sigue una ronda de cervezas.
Los aficionados al futbol también suelen serlo al arte de malgastar el tiempo con ejercicios hermosos e inútiles como el de desentrañar si los remates de Marco Van Basten eran más eficaces que los regates cortos de Romario, si Fernando Redondo era mejor mediocampista que Josep Guardiola, si Ferreti le pegaba al balón más duro que Aravena. Aviva estas discusiones el combustible aportado por las hemerotecas y por Youtube. Y muchos de estos aficionados, no obstante comprender que los laterales volantes de hoy recorren más kilómetros a mayor velocidad que los de su juventud y que los músculos escrupulosamente ejercitados por los porteros les permiten llegar a balones antaño imposibles, víctimas de la nostalgia dictaminan que todo partido pasado fue mejor.
Pero ocurre a veces que las nostalgias de aficionados y exfutbolistas coinciden en partidos organizados casi siempre con motivos altruistas, y los primeros desempolvan las virtudes y las carencias que los hicieron inolvidables para los segundos, quienes, con camisetas agujereadas que portan el número y el apellido de los primeros, sin importar si el dinero que pagan por el boleto servirá para conseguir la paz en el norte o para paliar el hambre en el sur, festejan los zurdazos, las atajadas precisas en cámara lenta, las sonrisas aderezadas con arrugas de los goleadores de siempre.
Los partidos de veteranos hacen felices a los que los juegan, a los que los observan y a los beneficiados por el gesto altruista. Nada más se puede pedir.

lunes, 7 de diciembre de 2009

La prodigiosa mano de Thierry Henry

Agobiado por el multimillonario peso de ser el deporte más popular del mundo y por encarnar todo tipo de nacionalismos y corrientes ideológicas, el futbol se ha convertido en una fábrica de héroes y villanos, en una máquina extractora y trituradora de gloria cuyas consecuencias se extienden mucho más allá del espacio verde delimitado por las líneas de cal. Así, no es de extrañar que la instantánea ceguera de un árbitro sueco impidiera que miles de litros de cerveza irrigaran el corazón de Irlanda, levantara sospechas, pervirtiera un triunfo y, lo más lamentable, pusiera una mancha indeleble en la figura de uno de los mejores futbolistas de las últimas décadas.
Thierry Henry controló la pelota con la mano, dio el pase para que Francia anotara el gol que la clasificara a la Copa del Mundo de 2010 y adquirió una fama estridente, mayor que la correspondiente a una brillante trayectoria que comenzó mucho antes del infausto día de noviembre que enfrentó a Irlanda.
Durante la primera década del siglo XXI, el juego del Arsenal, un equipo inglés de antiguas glorias y penurias longevas, provocó admiración y respeto. El creador de ese sutil mecanismo que ganaba partidos y cosechaba aplausos era un francés que nunca jugó futbol de élite llamado Arsene Wegner, quien al reunir a Dennis Bergkamp y Thierry Henry formó una pareja de delanteros que encontraba formas insólitas de canalizar el magnífico juego de su equipo.
A Thierry Henry muy pronto le quedó pequeño el futbol de su país. Campeón en el Mónaco, el liviano delantero pasó sin gloria reseñable por el Juventus de Italia, y luego llegó al equipo londinense, donde demostró su insuperable velocidad de piernas y de mente, su exquisita técnica, su poderoso disparo, su prodigiosa capacidad para despanzurrar líneas defensivas con su zancada y su ubicuidad en el área rival. Sólo el poderoso Barcelona de Ronaldinho y Eto’o impidió a Henry ganar la Liga de Campeones de Europa.
Harto de padecer el habitual desbaratamiento anual del Arsenal, donde ganó tres ligas y una copa y cuya afición le había atribuido la categoría de un semidiós, Henry cambió Londres por Barcelona. Tras un primer año decepcionante, el francés integró uno de los mejores equipos de toda la historia del futbol mundial. Acompañado de Messi, Iniesta, Xavi, Puyol, Márquez y Eto’o, Henry ganó la Liga y la Copa Española, y la Liga de Campeones de Europa. Con la selección francesa, Henry ganó un Mundial, Eurocopa y una Copa Confederaciones: todo lo que se puede ganar.
La mano de Henry pasará a la historia por controlar tramposamente un balón, yo prefiero recordarla como la mano que ha levantado todos los grandes trofeos del futbol mundial.